El prospecto
de El Espectador me ha valido numerosas cartas llenas de afecto,
de interés, de curiosidad. Una de ellas concluye: "Pero siento que se dedique usted exclusivamente a ser espectador".
Me urge tranquilizar a este amigo lejano, y para ello
tengo que indicar algo de lo que yo pienso bajo el título de El Espectador. La integridad de los pensamientos tras esa palabra emboscados sólo puede desenvolverse en la vida misma de la obra.
Vuelva a la tranquilidad este lejano amigo que me escribe,
y para el cual —¡gracias le sean dadas!— no es por completo indiferente lo que yo haga o deje de hacer: la vida
española nos obliga, queramos o no, a la acción política. El inmediato porvenir, tiempo de sociales hervores, nos forzará
a ella con mayor violencia. Precisamente por eso yo necesito acotar una
parte de mí mismo para la contemplación. Y esto que me acontece, acontece a todos. Desde hace
medio siglo, en España y fuera de España, la política —es decir, la supeditación de la teoría a la utilidad— ha
invadido por completo el espíritu. La expresión extrema de ello puede hallarse en esa filosofía pragmatista que descubre la
esencia de la verdad, de lo teórico por excelencia, en lo práctico, en lo útil. De tal suerte, queda reducido el pensamiento a la operación de buscar buenos medíos para los fines,
sin preocuparse de éstos. He ahí la política: pensar utilitario.
OCTAVIO PAZ. "Verdad y perspectiva"
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